lunes, 14 de febrero de 2011

Stop.

Los rayos de sol se colaban entre sus mechones de pelo, esa melenita que aunque no era muy larga desprendía un olor suave a champú y a dulzura, esa dulzura característica de la colonia que ella utilizaba normalmente y que él no se podía quitar de la mente. De hecho cada vez que estaba en un centro comercial o en una calle rodeado de gente y olía ese aroma se acordaba de ella, y es que dicen que el olor es lo que más recordamos de una persona. Eso él lo veía como algo seguro, por lo menos estaba segur de que no se olvidaría de ese aroma casi nunca. Ella estaba hablando sentada en el césped en un curioso día de febrero en el que hacía un sol resplandeciente, una temperatura perfecta para estar allí, tranquilo, mirándola sin saber exactamente qué decía pero escuchándola, observándola cada movimiento, cada gesto que le enamoraba cada vez más, sin atreverse a cortarla ni por un momento para no romper ese momento mágico. Es uno de esos momentos que no quieres que pasen nunca en los que todo parece que se ralentiza a tu alrededor, prácticamente todos los ruidos desaparecen , las personas que pasan alrededor no importan. Entonces él, tumbado en ese césped verde, estiró el brazo, delicadamente la tomo por la cintura y tiró de ella hacia él hasta que se encontraba tumbada justo enfrente de él. Ni una sola palabra, sólo miradas. Entonces subió la mano le acaricio la cara, sujetó su nuca suavemente y acercó su cabeza hasta sentir sus cálidos labios con un toque de fresa, de ese gloss que ella siempre usaba. Entonces todo se paró definitivamente. 


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