Dolor.

Esa sensación que todos tenemos alguna vez, que aparece de repente, es una punzada en el corazón , en el estómago, no te deja respirar. En ese preciso momento en el que ESA persona hace precisamente lo que no tenía que hacer y justo en el lugar menos indicado. Justo delante de ti, para él es sólo un beso con una fantástica morena de ojos claros, un beso tras otro claro, pero para ti es mucho más, es una punzada tras otra que se te clavan en el corazón. Si supiera las veces  que has pensado en él, las noches que no has podido dormir pensando en lo que  te gustaría decirle, o que te dijera, las veces que te has quedado mirando el móvil como una imbécil esperando a que se iluminara y  apareciera su nombre  en la pantalla. Pero sabes que no ocurrirá, que ahora mismo, y desde hace mucho tiempo, para él eres invisible,  no existes y si existes no te sirve de nada. Le sigues mirando, apenas han pasado dos minutos pero para ti han sido los más largos de toda tu vida, los minutos en los que todo tu mundo se ha hundido. De repente te mira y, como una idiota, sin poder hacer nada, te das cuenta de que una lágrima resbala por tu mejilla y acaba en tu barbilla, despegándose suavemente como pidiendo permiso para desprenderse de tu piel. Entonces quiere echar a correr, desaparecer del sitio, que él no haya visto esa estúpida lágrima en medio de la oscuridad,  que simplemente no la esté mirando, que todo eso no hubiera ocurrido , que por lo menos ella no lo hubiera visto, pero entonces se da cuenta. Todo es real, todo lo que cree que ha pasado, ha pasado y ahora tiene dos opciones, asumirlo y tirar hacia delante, seguir su vida, olvidarse de él; o verlo, pensarlo, comerse la cabeza y seguir aferrándose a esa esperanza  que tenía, que sólo ella veía, en la que creía que en algún momento él podría fijarse en ella. El amor es lo que tiene: unas veces se pierde y otras se gana.