miércoles, 21 de marzo de 2012

Miedo.

Son dudas que me asaltan sin ninguna explicación concreta pero que están ahí. Y el otro día me asaltó una que no quiere abandonarme. Y como se lo digo a  la gente y me miran raro y no tengo fuentes que me informen exactamente de lo que pasa suelto la pregunta a ver quien quiere contestarme: ¿Por qué los congeladores no tienen luz? No lo entiendo. ¿Qué pasa que son inferiores que la parte de arriba de la nevera? ¿Qué no puede apetecerte un helado a las 3 de la mañana y no tener que encender la luz? ¿Acaso no se buscaría mejor en esos cajones minúsculos, en los que cuando sacas algo no puedes volver a meterlo, y está todo tan sumamente envuelto que o lo desenvuelves o no sabes si es una morcilla de burgos o un bacalao? 


Y otra cosa muy importante ¿Por qué cuando está tu madre en casa la nevera se llena tanto que si la abres tienes que hacerlo con un casco de albañil para no abrirte la cabeza con los botes que se suicidan de las puertas? NO se vosotros, pero yo cuando veo la nevera tan llena me agobio, quiero que se vacíe y entonces, ¿qué hago? ¿comer? No, hago que los demás coman. y luego en mi familia quieren hacer dieta, pero es la pescadilla que se muerde la cola, si ellos no dejan de comprar y de llenar la nevera no se deja de comer y si se come se compra. Mala solución.
Este agobio mío explica claramente el echo de que una nevera de  piso de estudiantes esté bajo mínimos, no es porque nos de pereza ir a comprar (que también) sino porque no queremos que nos tengan que poner puntos por un bote de ketchup. Madres del mundo, esta es la verdadera razón, escuchadnos: VIVIMOS CON MIEDO. 


 

Entiendo que me toméis por una loca con mucho tiempo libre pero qué queréis que os diga son dudas  que me asaltan.



miércoles, 7 de marzo de 2012

Detalles.

La ciudad, ese lugar grande, lleno de gente, de tráfico, de olores, de miradas... caos para aquellas personas que no están acostumbrado a ello y lo cotidiano para todos los demás. Cada día, cuando salimos de casa, nos encontramos sumergidos en una marea de gente que se mueve sin mirar demasiado a su alrededor con un destino determinado, un objetivo fijo al que tienen que dirigirse en un tiempo específico. Esas personas que no se miran entre sí, que simplemente se sumergen en su mundo hasta llegar a su destino. Absolutamente mareas humanas que te pueden arrastrar si no opones resistencia. En el mismo momento que te encuentras en una gran avenida rodeada de gente prueba a pararte, ¿qué ves? Seguramente lo primero que observes es gente agobiada dirigiéndose al trabajo, al colegio, al médico, de compras... Solas o acompañadas (qué más da). 
Pero... fíjate mejor, entonces empezarás a ver, ya no sólo personas, empezarás a fijarte en su forma de caminar, de actuar, de lo que podrás deducir si está nervioso, si tiene prisa, si está escuchando una canción que le entusiasma (delatado por ese movimiento que hace con el pie o con los dedos de su mano derecha). 
Todavía más cerca, entonces es cuando se ven cosas mucho más allá, si te paras a observar a una persona durante unos cuantos segundos puedes observar su gesto, su mirada, si está contento, si tiene una mirada triste, si esa mirada se dirige a uno de sus acompañantes, si esa mirada es de amistad, de amor, de rabia, de alegría, de sorpresa..., si no está mirando a alguien que va con él pero su mirada se cruza con la de otra persona.Todo esto son pequeños detalles, en esos en los que no nos fijamos durante nuestra vida cotidiana. Pasamos por la vida, por la calle, por nuestro alrededor sin darnos cuenta de esos pequeños detalles que son insignificantes pero, a la vez, nos pueden decir tantas cosas. Ya no sólo es cuestión de observar a desconocido, sino de personas cercanas a ti que con una simple mirada, un gesto puedes saber lo que quiere, lo que le pasa, cómo se encuentra, si te necesita... 
Detalles que no siempre valoramos pero que están ahí y de los que, en el fondo, están formados la vida. De esos pequeños detalles que nadie valora pero que todo el mundo necesita.