domingo, 30 de septiembre de 2012

Agonía.

El mar se cuelga de mis pestañas y me arrastra. Tan sólo una mínima brisa me va a hacer caer. Me estremezco tumbada en mi cama. Esa cama que ahora me parece tan abismal, tan grande que no puedo divisar el final de mi tormento. Las sábanas se entrelazan con mis piernas y me asfixian, me atrapan. No puedo escapar. El suave crujir de la madera añeja del suelo retumba sobre mis oídos doloridos que han tenido que escuchar tu voz. Esa voz que antes me moría por oír y ahora se clava en mi cuerpo como miles de agujas sin ningún reparo en dañarme. Y sangro, sangro de dolor y sufrimiento. De lamento y agonía. Del recuerdo de ese escalofrío que me recorría la espalada cuando tus cálidos labios rozaban mi gélida piel. Y me siento vacía. Vacía y muerta. Porque te lo has llevado todo con un pequeño chasquido de esos dedos. Dedos que antes recorrían mi cuerpo y sabían protegerme en los peores momentos. Pero ahora no están. Han desaparecido. Han huido detrás de tu despedida y ese pequeño portazo y me han dejado aquí, en la cama, rota en miles de pedazos. Trozos tan pequeños que se esconden por las pequeñas rendijas que deja la luz al entrar. Tan sumamente frágiles que han desaparecido y se han ido detrás de tu olor a orgullo. Ese orgullo que ha pasado como un torbellino por mi mundo y me ha dejado agonizando y apestando a amargar tristeza. 



domingo, 23 de septiembre de 2012

Gotas.

Calor sofocante de finales de Septiembre. Ese que hace que todo se haga más pesado. La ropa veraniega no hace que se aleje de ti pero entonces, sobre tu piel desnuda, cae una gota del cielo. Una gota que es mucho más que eso, es vida, es ciclo, es poder respirar, disfrutar.
No se queda en una simple gota. Sientes como todas esas gotas que caen te devuelven la vida, renaces de tus cenizas y te sientes más viva que hace escasos segundos. Te has parado en medio de la calle. ves cómo la gente corre y se resguarda de esa primera tormenta del otoño pero tú permaneces allí, de pie, y , sin haberte dado cuenta, has abierto los brazos como intentando atrapar toda la paz del momento. 
Todo el mundo corriendo y para ti el mundo se ha parado en ese pequeño espacio de acera que tienes bajo tus pies y en ese preciso instante el tiempo no corre. Sólo se puede resumir en una palabra: paz. 

martes, 11 de septiembre de 2012

A contra viento.

A veces, y sólo a veces, la vida es como intentar avanzar montando en una BH con el viento de frente. Pedaleas lo más rápido posible pero solo avanzas los mínimos metros posibles y a cada pedaleada que das sientes que te quedan menos fuerzas y menos aire en tus pulmones y, para colmo, sientes como el frío viento cortante te abofetea la cara como un amante despechado. Ese mismo viento que a la vez, despiadado, se cuela a través de tus labios entreabiertos, traspasando esos dientes sensibles y colándose en tu garganta dolorida al querer abarcar más aire del que en realidad puedes. 
Aire que en vez de ayudarte te va consumiendo poco a poco. Entonces se empieza a reflejar en tu cara la desesperación y el agobio. En ese preciso momento, cuando más vulnerable te ves, aparece una empinada cuesta que estaba oculta por el hermoso paisaje que te rodea e intenta que te olvides de tu agonía interna.

Sientes MIEDO, miedo a no poder subir la cuesta, a no conseguir tu objetivo, al saber que nadie va a poder ayudarte porque sólo dependes de ti misma, a saber que todo depende de ti.

Y ese TODO es en realidad lo que más miedo te produce porque sabes que tanto si triunfas y alcanzar ese objetivo, como si fracasas y te dejas caer hacia atrás como una pluma que el viento fácilmente puede trasladar de sitio, será tu responsabilidad. Habrá sido el resultado de ti, de tus esfuerzos, de tus miedos, de tus intenciones, de tus actitudes, de tu coraje, de tu valentía, de tus derrotas. Y al mismo tiempo que el resultado depende de ti las consecuencias caen directamente sobre ti y las sufrirás solamente tú.Puede que cuando te caigas al dejarte caer alguien te ayude a levantarte o te cure las heridas pero tú serás la que viva con esas heridas hasta que se curen, la que convivirá con ella 24 horas y no se las podrá quitar de encima hasta que cicatricen y se olvide de ellas. Entonces, y solo entonces, tendrás el valor de volver a montar en bicicleta si el golpe ha sido muy fuerte. Al contrario, puede que nada más caer te levantes rápidamente y vuelvas a intentar subir hasta la cima. 
Si consigues hacer esto tienes que pedalear con todas tus fuerzas, olvidarte de la garganta seca, del dolor, de las heridas, del cansancio y tendrás que poner todo tu cuerpo y tu corazón para conseguir llegar a tu cima porque de una caída te recuperas pero de varias seguidas es más fácil que no te queden secuelas.