domingo, 25 de septiembre de 2011

Fall.

El otoño nos recuerda el paso del tiempo. La caída de esas hojas que mueren, que se desprenden del tronco del árbol, esas hojas que nacieron en primavera inamovibles, resistiendo el gran calor del verano. Viendo, como grandes observadores silenciosos, todo lo que ocurre a su alrededor, ese abrazo de dos amigos que se encuentran después de algún tiempo sin verse, dos niños que juegan, padres e hijos que discuten, esa sensación de agobio que sientes cuando estás triste y te sientes sólo, el tímido e indeciso primer beso con un chico. Grandes y pequeños momentos de vidas ajenas, que probablemente nadie tenga en cuenta porque sólo nos damos cuenta y creemos que importa lo que ocurre en nuestra vida. Pequeños gestos de los que sí somos conscientes cuando vamos por la calle, aislados del mundo, escuchando música, fijándote en pequeños detalles de grandes personas por muy insignificantes que parezcan. Y al igual que las hojas que se caen por la legada del otoño, nosotros observamos silenciosos, sin poder o tener la intención de hacer nada para resolver los problemas de los demás, y finalmente caemos, caemos por nuestro propio peso en nuestros propios problemas, preocupaciones. Entonces es cuando deseamos que al caer alguien esté debajo de esa rama de la que te desprendes para que por lo menos no te golpees con el suelo al caer y, en cambio, te deslices de una forma ligera como llevada por una brisa de aire cálido.

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