Esos días en los que un ser invisible te oprime el pecho, esos en los que te hundes en el sofá como si tuvieras arenas movedizas debajo de ti sin ninguna cuerda a la que poder aferrarte para no hundirte. Esos en los que nada sale bien, todo sale al revés y cuando intentas arreglarlo solo sirve para descubrir que lo estás haciendo lo peor posible.
Necesitas al silencio como único compañero en una habitación oscura donde la única luz que refleja tu rostro es la del ordenador que tienes delante y solamente porque escribir es el único antídoto para toda esta tristeza acumulada y sin sentido. Ni siquiera te sale la voz pero a pesar de todo es el momento en el que más personas encuentras en tu camino, en tu vida, vienen a buscar tu ayuda y tú la prestas, la ofreces, la regalas ocultando que en realidad el pozo del que intentas salir no tiene una luz que te indique la salida, ni pequeña ni grande. Todo negro.
La única solución a estos días es la música, las letras y la cama. Esperar a que pase rápido lo que queda y amputar ese pie izquierdo con el que te has levantado por la mañana.
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