Hoy me he dejado los complejos encerrados en casa, en esa habitación que he dejado atrás, justo al lado de la ropa tirada por el suelo y los tacones que no aguantan ya mi peso. Es el peso de la culpa, esa culpa que he decidido enterrar entre las sábanas, aquellas donde también te he abandonado a ti con ese ligero aroma a café que desprende tu piel por las mañanas.
Hoy salgo libre a la calle, sin maquillaje, sin tacones, sin faldas estrechas ni grandes escotes, simplemente me llevo a mi misma. Esa persona compleja que busca cualquier excusa para entregarse en unas pocas líneas que a veces tardan en salir pero que sigue siendo feliz con el simple hecho de escribir, que disfruta con los pequeños placeres como recibir una carta escrita a mano o con el olor a café por las mañanas. La misma persona que tiene los pies fríos en pleno verano y que no es capaz de mentir, que a veces prefiere estar sola para encontrarse mejor a sí misma o simplemente para disfrutar de la melodía de la soledad. Aquella que no es capaz de verbalizar todo lo que siente y que muchas veces no sabe qué decir, qué hacer, qué sentir pero que siempre sabe escuchar.
Y así, perdida en medio de la nada o de aquel gran todo es donde pretendo encontrarme a mi misma porque quizás todos esos defectos son los que conformen a las personas, somos un cúmulo de errores demasiado bien colocados. Errores que se conocen, se evitan pero siempre quedan allí porque de los errores se aprende, se intenta huir, pero de los errores, de esos errores llamados defectos, son de los que de verdad nos enamoramos.
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