Estoy en la barra de un bar oscuro, de esos donde solo se sirve whisky con hielo y alguna que otra ginebra. Sola, como de costumbre. Intentando olvidar que llevo un vestido demasiado corto para estos taburetes y el pelo demasiado despeinado para estar en la calle. Pero, ¿qué se puede pedir después de una huida?
He querido huir de mi misma, he querido correr más rápido de lo que estos tacones me permitían para poder escapar, pero entonces es cuando me he dado cuenta de lo absurdo de la situación y me he metido en este sórdido bar para refugiarme de la lluvia. Por lo menos es un bar de personas solitarias, ellas no me juzgan, ni siquiera han levantado los ojos de su copa para observar quién entraba por la puerta. eso me consuela, por lo menos así no me tengo que esconder.
Entonces me doy cuenta. Una lágrima ha caído en mi vaso de whisky con hielo, ¡qué locura!, a mi que ni siquiera me gusta el whisky. Pero en el fondo bebo para aclarar mis ideas y parece que en las grandes películas, esos clásicos en blanco y negro, funciona lo del whisky.
Me miro los pies, con esos tacones destrozados, y entonces me acuerdo de por qué he llegado hasta aquí. Lo último que recuerdo es que yo te mordí el cuello y tú me mordiste el corazón. Yo que te dije que no te enamoraras, que esas cosas no funcionaban conmigo. Entonces ese escalofrío recorrió mi espalda y me asusté. Y así, sin mediar palabra, con un beso en la mejilla y el deseo clavado en los ojos, empecé a correr. Y allí te abandoné, en medio de aquel callejón sin salida que nunca contará ninguna historia y con el asfalto como único testigo de mi flaqueza.
Puede que sea una de las peores cosas que he hecho en mi vida, pero acostumbro a huir cuando siento que algo de verdad puede herirme. Algunos pensaréis que huir es lo fácil. Mentira. Después de la huida vienen las llamadas, las preguntas, los reproches. Quizás estoy acostumbrada a esos amores que no dejan heridas, a aquellos que en realidad no dejan huella en la piel ni en el recuerdo. Aquellos que tal como vienen se van sin una despedida, sin promesas sin mentiras ni verdades, sin palabras. Con marcas de dientes en el culo y deseos incontrolables. No son mejores, quizás. No son los que nos prometen de pequeñas, lo siento pero hace demasiado que dejé de creer en los príncipes a caballo. No son eternos. No puedes esperar grandes conversaciones ni que te cambien la vida trascendentalmente porque no lo vas a conseguir. pero sabes que no volverán, que ni siquiera se asomarán por tu vida, que no tendrás que volver a enfrentarte a ellos, que ni siquiera vana a remover los cimientos de tu presente.
Pero ¿y ahora qué? Ahora que recuerdo el olor de tu piel cada vez que cierro los ojos, que siento tus labios cada vez que beso a otro hombre, que siento tu tacto con el roce de otros dedos. Algunos lo llaman amor yo todavía estoy buscando un nombre menos doloroso.