miércoles, 28 de agosto de 2013

Rimel corrido y poco maquillaje

Estoy en la barra de un bar oscuro, de esos donde solo se sirve whisky con hielo y alguna que otra ginebra. Sola, como de costumbre. Intentando olvidar que llevo un vestido demasiado corto para estos taburetes y el pelo demasiado despeinado para estar en la calle. Pero, ¿qué se puede pedir después de una huida?

He querido huir de mi misma, he querido correr más rápido de lo que estos tacones me permitían para poder escapar, pero entonces es cuando me he dado cuenta de lo absurdo de la situación y me he metido en este sórdido bar para refugiarme de la lluvia. Por lo menos es un bar de personas solitarias, ellas no me juzgan, ni siquiera han levantado los ojos de su copa para observar quién entraba por la puerta. eso me consuela, por lo menos así no me tengo que esconder. 

Entonces me doy cuenta. Una lágrima ha caído en mi vaso de whisky con hielo, ¡qué locura!, a mi que ni siquiera me gusta el whisky. Pero en el fondo bebo para aclarar mis ideas y parece que en las grandes películas, esos clásicos en blanco y negro, funciona lo del whisky.

Me miro los pies, con esos tacones destrozados, y entonces me acuerdo de por qué he llegado hasta aquí. Lo último que recuerdo es que yo te mordí el cuello y tú me mordiste el corazón. Yo que te dije que no te enamoraras, que esas cosas no funcionaban conmigo. Entonces ese escalofrío recorrió mi espalda y me asusté. Y así, sin mediar palabra, con un beso en la mejilla y el deseo clavado en los ojos, empecé a correr. Y allí te abandoné, en medio de aquel callejón sin salida que nunca contará ninguna historia y con el asfalto como único testigo de mi flaqueza.

Puede que sea una de las peores cosas que he hecho en mi vida, pero acostumbro a huir cuando siento que algo de verdad puede herirme. Algunos pensaréis que huir es lo fácil. Mentira. Después de la huida vienen las llamadas, las preguntas, los reproches. Quizás estoy acostumbrada a esos amores que no dejan heridas, a aquellos que en realidad no dejan huella en la piel ni en el recuerdo. Aquellos que tal como vienen se van sin una despedida, sin promesas sin mentiras ni verdades, sin palabras. Con marcas de dientes en el culo y deseos incontrolables. No son mejores, quizás. No son los que nos prometen de pequeñas, lo siento pero hace demasiado que dejé de creer en los príncipes a caballo. No son eternos. No puedes esperar grandes conversaciones ni que te cambien la vida trascendentalmente porque no lo vas a conseguir. pero sabes que no volverán, que ni siquiera se asomarán por tu vida, que no tendrás que volver a enfrentarte a ellos, que ni siquiera vana a remover los cimientos de tu presente. 

Pero ¿y ahora qué? Ahora que recuerdo el olor de tu piel cada vez que cierro los ojos, que siento tus labios cada vez que beso a otro hombre, que siento tu tacto con el roce de otros dedos. Algunos lo llaman amor yo todavía estoy buscando un nombre menos doloroso. 

jueves, 15 de agosto de 2013

Precipicio

Tienes miedo, miedo a avanzar a mirar por el retrovisor y observar todo tu pasado, todas las malas decisiones y todos los errores que te han hecho caer tantas veces.
Miedo a dar un  pequeño paso y caer directamente al vacío sin nadie que te levante al final, sin una colchoneta de seguridad esperándote abajo y ni una sola rama con la pequeña esperanza de que un mísero hilo de tu ropa se enganche en ella para salvarte. Ya no por que te lo merezcas o porque alguien quiera que así pase sino por mera casualidad. 
Has dejado de creer en esas casualidades que antes veías cada vez que cruzabas cada esquina y que, sin motivo alguno, te hacían más feliz. "Las casualidades pueden ser el motor de la vida y de la felicidad" te decías al salir de casa. Pero ya no sientes, ya ni siquiera padeces por su ausencia, ahora todo da igual, todo deja de tener sentido sin esas sorpresas que te deparaba la vida. Ahora solo queda la certeza de que no va a suceder nada fuera de lo normal. Tu vida será gris y sombría, sin sobresaltos, sin sorpresas, en definitiva, sin una chispa que te pueda iluminar el rostro con una sonrisa inesperada.Una de esas sonrisas que de verdad cambian la cara de las personas, que hacen que el mundo se sienta contagiado por una felicidad ajena y que aunque no sea tu felicidad haga que el mundo parezca un mundo un poco más amable. Una felicidad sencilla, sin ninguna causa, simplemente felicidad. Esa que llega de una forma sencilla y te pellizca el corazón pero de la misma manera rápida e indolora se va, se esfuma y no queda ni siquiera su recuerdo. Como una foto quemada por el fuego, ya no existe y el recuerdo de esa imagen se va distorsionando a través del tiempo, cambia, muta. Porque un recuerdo nunca permanece tal y como sucedió siempre tendemos a modificarlo desintencionadamente, así todo se magnifica y parece que hemos vivido la vida de una forma más intensa, más visceral y menos racional. Autoengaño, así es como lo llamo yo a lo que otros llaman modificación de los recuerdos. nos gusta creer que hemos tenido una vida plena y feliz o desgraciada y e infeliz pero a nadie le gusta decir (ni escuchar) que se ha tenido una vida monótona, gris e insípida. Por eso antes de caer (o tirarnos) al precipicio debemos colorear nuestra vida de algún color. Podemos escoger el que mas nos guste ya sea negro o amarillo pero nunca dejéis de colorear la vida cada día, cada instante, cada momento porque al final de todo a otros oídos les gustará escuchar historias de vidas coloreadas ya sea de un solo color o de un arco iris entero.